La Fotografía Onírica De Eugenio Recuenco

sábado, 5 de septiembre de 2009 en 23:35

Cuando uno se topa con una foto de este madrileño, puede estar bien seguro que está viendo algo más que una fotografía, está viendo arte (por si todavía hay alguien que piense que la fotografía no es arte), está contemplando un universo complejo en el que se dan la mano en un continuo fantástico la pintura, la arquitectura, la moda, la fotografía, por supuesto, lo escenográfico de tal forma que tan solo le faltaría la música o la palabra para que fuera una obra de arte total.

Como buen fotógrafo de moda, la mujer ocupa un papel fundamental en su obra, unas mujeres que, a veces, están como ausentes, otras veces nos desafían con la mirada, con las poses de unos cuerpos que no parecen pertenecer al mismo universo en el que nos movemos los demás, pero que también muestran la desolación. Mujeres que transmutan su carnalidad en maniquíes plásticos o en mármoles que nos recuerdan la estatuaria clásica, a pesar de lo cual no renuncian a la sofisticación. Otras veces son niñas, muñequitas o tiernas lolitas, casi seres salidos de lo profundo, echas con la materia con la que se hacen las pesadillas o los sueños más desasosegantes.
Mujeres que guardan una fuerza telúrica, primigenia, esa que está en el origen del todo, y que por eso también son capaces de amar, de tener amores furtivos al pie de una vía de tren más allá de la cual nada es posible. Féminas que tienen amantes que huyen por los tejados, que protegen a la dama en frágiles aleros, tan fríos como la noche. Tejados que son testigos de encuentros furtivos, clandestinos en pasillos que no conducen a ningún sitio y que dejan a los protagonistas a la deriva, en noches cubiertas por un piadoso manto blanco.
En ocasiones coloca a sus figuras en interiores barroquizantes, exagerados, con una enorme profusión de detalles que recuerdan a los interiores de la pintura holandesa barroca (sin olvidarnos de Caravaggio, Vermeer, El Bosco o Friedrich), y exteriores luminosos a los que también dota de un punto de desolación. Son desiertos en los que incluso se desata la violencia, caminos que tienen destinos inciertos. Cruces y candelabros judíos que conviven en un sincretismo de creencias, tendencias en un mundo donde todo se confunde y pocas cosas aparentan tener sentido.
Atmósferas con un punto de irrealidad o, casi mejor, una realidad trascendente, a medio camino entre lo surrealista daliniano y lo metafísico de Giogio De Chirico. Algo a lo que también contribuye el hecho de convertir a los cuerpos en escorzos que rozan todos los límites, mientras otras veces se trastocan en autómatas perversos.
La noche, la luna, los pájaros, vienen a completar un universo onírico, en el que también tiene cabida el misterio de oriente y los paisajes postindustriales a lo Blade Runner, que también pueden ser la Metrópolis de Supermán o la Gotham de Batman, con el cine negro, los cuentos infantiles, aquella publicidad ingenua de los años 50 o una visión caricaturesca de los cómics de superhéroes. David Lynch, Kubrick, Kim Ki Duk, son otros de sus referentes cinematográficos contemporáneos.


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