El Ultimo Fragmento De Conversacion...

jueves, 3 de septiembre de 2009 en 0:53

Fallecido prematuramente a los 48 años, Juan Muñoz era uno de los escultores españoles de mayor proyección internacional, como demuestra su aparición en algunos de las citas artísticas más importantes del mundo, y que su obra forme parte de las colecciones de museos de enorme relevancia, de hecho, el año de su muerte tenía una muestra abierta en la Tate Modern de Londres, convirtiéndose en el primer y hasta ahora, único, español en intervenir en la impresionante Sala de turbinas del centro artístico londinense.

Autor de formación anglosajona, ya que primero estudio en Londres y luego en Nueva York, ciudad esta última en la que conoce a Richard Serra y trabaja como ayudante de Mario Merz. En 1984 realiza su primera exposición en la galería Fernando Vijande de Madrid.

Cuando se habla de las figuras de Muñoz, un artista que recuperó la figura humana para la escultura, se suelo decir que tienen un importante trasfondo conceptual. Y es que cuando uno se enfrenta a una obra de este autor, tiene la sensación de estar ante algo que va más allá de la propia figura o grupo de figuras que Muñoz nos pone delante. Son seres de madera, terracota, resina de poliéster, eventualmente de bronce, que nos enfrentan con nuestra propia existencia. Si nadie nos ve, si nadie nos escucha ¿vivimos?
Las tradiciones más clasicistas y los conceptos contemporáneos se dan la mano en unas figuras que, solas o en grupos, parecen poner de manifiesto la soledad y la desubicación de lo seres humanos de hoy. Personajes que parecen encontrarse en animada charla, con sonrisas enigmáticas en medio del silencio, y manteniendo una relación extremadamente directa con el espacio que los rodea. Otras veces están solos ante sí mismos, ante espejos o ventanas abiertas, o mirando sin ver lo que ocurre más allá, en un mundo sin referencias a las que sujetarse

Son personajes que se debaten con su soledad y que viven en un mundo de contrastes duales entre la multitud y la soledad, la ausencia y la presencia, entre el ruido y el silencio, pero siempre manteniendo una presencia inquietante, que nos provoca una cierta desazón, una sensación de que no deberíamos de estar contemplando a esa galería de personajes inquietantes, a los que miramos intentando no llamar su atención por lo que pudiera pasar.


También se nos hacen presentes con su ausencia, cuando utiliza balcones o pasamanos de escaleras, en las que de nuevo la ausencia de voz, o de algún tipo de sonido humano se nos impone con fuerza. Situación contraria a la que plantea con sus obras para la radio, en las que se sugiere, por la presencia de la voz, la ausencia de un oyente.


El proyecto que elaboró para la Tate, toma como base la esquizofrenia y lo tituló Doble atadura. Muñoz dividió el espacio en dos niveles diferentes, de tal forma que en el superior utiliza unos motivos geométricos ilusionistas en el suelo que modifican sustancialmente la percepción visual del espectador, además de incluir unos ascensores que van vacíos. En la parte baja, utilizó luces de neón, cierres metálicos y otros elementos que le sirven para recrear la función original como sala de turbinas que tenía el edificio. Ahí, el espectador podía contemplar 37 figuras de un metro de altura, aisladas entre sí y en diferentes poses y actitudes, generando un espacio que invitaba a reflexionar sobre la identidad, la propia y la ajena.



Figuras enigmáticas y silenciosos ventrílocuos de maniquíes se dan la mano para mostrarnos la imposibilidad de la comunicación en la sociedad actual. Diálogos rotos y esculturas imponentes que protagonizan una muestra que bien podría llamarse “maniobras escultóricas en la oscuridad”. Eso se ha dicho de la obra de Juan Muñoz.

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